"La gente salta, la gente brinca. Es nuestra bella infancia..."
Así reza una canción que causó cierto furor a mediados de la década pasada. Obviamente el original está en portugués y la cantaba un trío brasileño de nombre "Tribalistas" aunque con la voz de una artista consagrada como lo es Marisa Monte.
¿Quién no coloca en el arcón de su vida esa bella época de chico? Buena o mala, marca la vida.
Hoy la psicología transpersonal ha fundamentado que tan fuerte son las influencias psicológicas de la infancia en el ser humano. Lejos atrás quedaron las posturas de Freud o Lacan que hacían de la carencia, el trauma, el impulso tanático o sexual la causa última de nuestra fuerza psíquica.
Una buena infancia comienza por el alimento. No hay nada más macabro y descarnado que ver a un niño sufrir de hambre, hasta hace no mucho las cámaras de algunos noticieros recorrían algunos barrios pobres y carenciados del Interior del país. O como acá en Salta que te vas a 20 cuadras del centro y podés ver cosas más o menos parecidas. Gente como yo le agradece (pese a ciertos momentos de depresión inútil) a la vida no haber sufrido el hambre. Pero también este mundo algo cruel, irónico y grotesco hace que por ejemplo los niños estén no "desnutridos" sino "malnutridos" producto de la mala educación familiar, de la falta de responsabilidad de padres y personas encargadas de su cuidado, y de la proliferación de la publicidad y el capricho, es decir teniendo con que darles de comer, se lo hace mal.
Pero si algo mantengo de mi infancia es esa curiosidad sin límites. Si, soy un culillo, como diría mi abuela. Lo cierto, es que siempre tuve curiosidad por las cosas, por saber que son o como funcionan, porque son así y no asá, etc. No pasaba día en que no me mirara la mano y me preguntara porque tenemos cincos dedos y porque las rayas de la palma, porque soy blanco y otros tienen otra tonalidad en la piel, etc. Eso es lo que me hace todavía un nene.
Ya he hablado de lo mucho que influyó e influye la música en mi vida. También exprese someramente algo sobre la TV y los viajes. Pero no hay nada como ese frenesí físico por la aventura, por el juego, por salir con amigos a la plaza a correr, jugar a "la toca", comprar figuritas, prender la radio, tomar la leche y lavar la taza, leer revistas, cortar papel, dibujar, y sobre todo sonreír por lo dulce de la vida.
Crecer y que el tiempo pase no significa perder esa esencia de niño sino amoldarla a la realidad de cosas útiles. Parte de nuestra responsabilidad es darle un infancia acorde a nuestros hijos (a mi edad tengo amigos y gente conocida que ya son padres), desde todo punto de vista. Tener un chico no significa consentirlo, sino criarlo, generarle desde chico ciertos valores y cierta prudencia. El miedo y la violencia nunca fueron grandes herramientas para mi. Hoy el mundo ofrece demasiadas posibilidades, tantas que se le escapan de la mano a los padres, entonces el niño es un ratón en medio de un laberinto, sin orientación se pierde.
Valoremos la infancia y a nosotros mismos.
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