Translate

jueves, 19 de julio de 2018

Un Símbolo de Paz

Él miraba las luces pasar desde el asiento.

El piso sucio, el chofer en su traqueteo normal sobre un asiento plástico que siempre chilla, se mece, como que se ríe con esa masa corporal que le da sustancia y entidad.
Parejas dándose cariño, deslizando besos inocentes, gente mirando hacia fuera de los vidrios, semi empañados de una noche que empieza con llovizna. Algunos sumergidos en su mundo con la música como fondo de su dispersión o en una conversación virtual como una ópera de su soledad. Una cortina negra que teje un mantra de luces de neón, las que pasan con las avenidas, repletas de otras luces que se mueven con los autos.

Él elige un asiento doble, un poco hacia atrás, siguiendo esa voz común de dejar las primeras filas para los que más la necesitan... Un hábito que domesticó la costumbre o una costumbre que se adueñó del hábito ¿Quién sabe? Quizás un empuje ético que habrá sentido el primer homínido, allá lejos en alguna cueva, refugiado de las inclemencias del clima y de los miedos que la Madre Naturaleza le provocaba... Había encontrado un gran amigo y fuerte aliado en la oscuridad y en el fuego.

Él mientras desliza resquemores, angustias, pesares y preocupaciones vanas por su mente... Al parecer presa de las descomposturas del Alma, haya un mínimo regocijo en el pensamiento de esta circunstancia. Le gustaría hallarse como ese homínido, tal vez desnudo, descalzo, en apariencia indefenso, avenido a los caprichos de la Naturaleza, pero antes que nada y sobre todo LIBRE.



Él extraña su libertad, su paz interior... Siente que la perdió no hace mucho, en algún raro momento, en una circunstancia inesperada. En una ilusión. La perdió en la más salvaje, seductora y arriesgada de las ilusiones: el Amor. Esa ilusión que entra  muy despacio, y va apoderándose de cada centímetro muy de poco, casi imperceptiblemente, se acomoda, se dispersa, se expande. Toma un zócalo, una pared, un cuadro, apenas toca el techo, comienza a rozar los muebles, conquista los recodos y tiñe las ventanas... En el momento en que uno alza la vista y observa pasó de ser una pequeña mancha o ser un huésped permanente.

Este huésped no aniquila la paz interior, pero cuando no es completo, cuando le faltan piezas, cuando viene de a ratos, cuando sólo deja retazos entrecortados, se convierte en un lastre. Con el tiempo el lastre va tomando la forma de una rémora que se prende del pecho y halla cobijo en la sien... En ese momento el huésped se ha convertido en parásito, y ahí es cuando el tormento se abre paso y es difícil conseguir de nuevo que la casa se despeje.

Él ahora conoce que es hora de empezar, hacer el esfuerzo por desligarse de las rémoras, de hallarse de nuevo, de limpiar su casa.

Él quiere volver a su cueva y calentarse con su fuego.